CMH Heliskiing: Cuna y paraíso del heliesquí

En 1965, Hans Gmoser creó la primera compañía de heliesquí del mundo utilizando el aserradero de las minas de Bugaboos como estancia para los clientes. Desde aquellos inicios, Canadian Mountain Holidays (CMH Heliskiing) ha crecido sustancialmente y hoy en día ofrece 15.000 km2 de área esquiable repartidos por los mejores spots de la geografía canadiense.

Durante los más de 50 años de actividad, la operadora se ha convertido en una fábrica especializada en cumplir los sueños más enfermizos de adictos al powder de todo el planeta. Y nosotros fuimos a cumplir el nuestro.

CMH Heliskiing es la madre de todas las compañías de heliesquí, los pioneros. Operan en Canadá con 11 áreas diferentes y sus respectivos Lodge: Adamants, Bobbie Burns, Cariboos, Galena, Gothics, Kootenay, McBride, Monashees, Revelstoke, Valemount y Bugaboos, lo que en total suma un área de 15.000 km2 de powder esquiable.

Con todos esos datos abrumadores dando tumbos por mi cabeza como una máquina de pinball y la adrenalina disparada, emprendíamos el viaje mi compañero Pau Bravo y un servidor rumbo a Bugaboos, cuna del heliesquí y el área de mayor prestigio de CMH Heliskiing.

Bugaboos

Cuando uno llega a Bugaboos le invade la electrificante sensación de que se encuentra en un lugar especial, en el origen de todo. ¡Aquí nació el heliesquí!

Bugaboos se caracteriza por su enorme y variado terreno con descensos tanto por encima de la línea de árboles como dentro del bosque. Las más famosas bajadas son Cannonbarrell, Kingbury Pearl y Macarthy, pero hay un total de ¡206!

Pensad que el área esquiable comprende unos 1.000 km2 y va de la cota 3.050 m a los 945 m. No te la acabas ni aunque tu chequera no tenga límite. Las agujas de granito de las Purcell Mountains son la principal seña de identidad del escenario. Imponen a primera vista.

La base, con el emblemático Lodge que construyó el arquitecto Phillippe Delesalle en 1968, está situada en la cota 1.490 m y aúna la tradición con la comodidad y el confort moderno.

Pero lo mejor de todo es que tiene un promedio de precipitaciones de ¡12 metros anuales! (en la cota 1.800m). La experiencia acumulada es tal, que la operativa del heliesquí está calculada al milímetro para ser lo más productiva y segura para el esquiador. Así te lo explican en la recepción del primer día, con un cóctel de bienvenida en la mano y tu imaginación acelerada pensando en el atracón de nieve polvo. Ansiosos, como no podía de ser de otra forma, no veíamos el momento de calzarnos las botas y subirnos al helicóptero.

¿El mejor esquí del mundo?

El terreno en esta zona de Canadá, las Purcell Mountains, tiene una particularidad, además de tener una de las mejores nieves polvo del planeta, sus montañas están repletas de infinitos bosques, que convierten el área de esquí en una divertidísima área de juego.

El heli se puede practicar tanto por encima de la línea de árboles como por debajo de ella. El bosque permite que la actividad se realice casi siempre, siendo refugio para los esquiadores los días de mal tiempo cuando el helicóptero no puede volar hasta los glaciares por falta de visibilidad.

Es una buena alternativa, o mejor dicho una alternativa gloriosa. Esquiar esos bosques inmensos que acumulan espesores escandalosos y buenas pendientes es lo más parecido al paraíso, la meca, el sueño de todo esquiador. Metros y metros de desnivel entre árboles gigantescos, ciegos de powder… ¡Todo para ti!

Bueno, debes compartirlo con un guía y 10 enfermos más como tú. Pero os aseguro que hay para todos. Cuentan que cuando a Hans Gmoser le han ofrecido montar compañías de heliesquí en otros países, él siempre pregunta lo mismo: ¿Hay bosque? “Sin bosque no hay heliesquí”, dice. El bosque es un elemento vital que asegura muchos días de esquí, además de muy buenas experiencias y diversión asegurada.

Eres una persona nueva

La jornada comienza con un buen desayuno, asignación de grupos y un exhaustivo briefing sobre prevención y rescate en caso de avalanchas, una instrucción seria en la que se explica cómo actuar en caso de alud.

Aquí esto se lo toman muy en serio, pues aunque esté todo bien controlado por los patrols encargados de la seguridad, la montaña siempre es imprevisible y toda cautela es poca. Tras la formación de seguridad se pasa directamente a la acción.

Los pilotos arrancan los motores de los Bell 212 y con sólo escuchar el primer flop, flop de las hélices se te ponen los pelos como escarpias. La adrenalina se dispara cuando esos aparatos de doble motor con 1.800 CV de potencia se levantan del suelo.

Ni siquiera te haces a la idea de lo que está por venir, sobrevuelas el edén y desde el cielo todo se ve como un enorme pastel que te gustaría devorar sin compasión. En el horizonte, unas impresionantes montañas y mucha, pero que mucha nieve. El pulso se acelera y la sangre te recorre el cuerpo a mil por hora.

Tras la primera bajada, celestial, quisieras esquiar a tu aire y tirarte por todos lados, pero debes ceñirte al orden impuesto por el guía. En eso son muy estrictos y lo hacen por cuestiones de seguridad. De todos modos, después de tantos años de experiencia, suelen tener mano izquierda como para dar algo de libertad a los esquiadores más expertos. Aunque siempre bajo su mando y control. La huella la abre siempre el guía.

Después de las primeras 4 ó 5 bajadas te das cuenta de que la realidad supera siempre a la ficción, y es que la nieve, el entorno, la gente, el guía y el pedazo de helicóptero, hacen que ese momento se grave en tu mente para siempre, un momento de puro éxtasis y con una sola frase rondando tu cabeza, ¡que esto no pare nunca!

Me viene a la mente una frase muy divertida de don Miguel Arias (Ski Arias, agente oficial de CMH en España) definiendo CMH como Canadian Mental Hospital, y es que después de tres días aquí, eres una persona nueva, las perspectivas de todo han cambiado.

Sé que suena fuerte, pero es así. Lo dejarías todo y venderías tu alma al diablo por quedarte a vivir allí. Y éste es precisamente el vínculo que se crea entre el grupo de esquiadores. Hay algo dentro de ti que cambia.

Días gloriosos

El resto de los días en Bugaboos comienzan con una buena serie de estiramientos, seguido de un desayuno muy potente y acto seguido salir corriendo a equiparse. A primera hora de la mañana todo es calma, pero a medida que se acerca la hora de volar, aumenta el nerviosismo. Todo el mundo quiere subirse al helicóptero.

Si las condiciones lo permiten, lo normal es hacer entre 10 y 16 rondas diarias, y cuando llevas tres días a ese ritmo, creedme que tus piernas lo sienten. Pero no hay nada que te pueda parar.

La imagen del helicóptero en tu mente, las enormes cornisas, los valles abiertos cargados de powder, los bosques… no dejan espacio al cansancio en tu cabeza.

A medio día, el helicóptero de apoyo trae la comida al restaurante improvisado con las mejores vistas del mundo, algún valle remoto de British Columbia. Y superado el ecuador de la jornada, con las energías repuestas, se encara mejor la segunda parte de la jornada.

Aunque la comida es ligera, con la panza llena cuesta algo más recuperar el ritmo, pero en general las tardes son también muy divertidas, todo el mundo está de muy buen humor y subidón. Lógico cuando estás viviendo la experiencia de tu vida.

Al acabar la esquiada, todo el mundo acude corriendo a las pizarras informativas del bar para ver cuál es el grupo que más metros de desnivel ha acumulado. Es el momento de comentar la jugada y regodearse en las anécdotas con una cerveza fría en la mano. Son muchas las historias y risas.

Tras la ducha y el descanso, puedes bañarte en el jacuzzi situado en la azotea, disfrutar de las vistas, leer o dedicarte a la vida contemplativa hasta la hora de la cena. Momento en que vuelven a reproducirse las anécdotas, regadas con buenos vinos y cocina de calidad.

Un ambiente distendido que transpira entusiasmo tras un glorioso día de esquí. Tras la cena, a lo sumo una copa junto a la chimenea para acabar de comentar la jugada, pero pronto uno pone el chip en lo que nos espera el siguiente día y se va a dormir.

A las 7 h el sonido de la campana recorre los pasillos, es la señal que anuncia un nuevo día en el paraíso y piensas “que no se acabe nunca”.

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