Artificieros, los guardianes de la nieve

Artificieros, los guardianes de la nieve

Cuando las estaciones de esquí se encuentran en alerta por riesgo de aludes, un equipo de especialistas se pone en marcha para evitar la tragedia.

La mejor opción es provocarlos bajo control, sea desde el helicóptero, con tiros de dinamita manuales, con sistemas remotos como el Gazex o a cañonazos.

Son los guardianes de la nieve, y se encargan del control de aludes para protegernos en la medida de lo posible.

Son las cinco y media de la mañana. El termómetro marca -11Cº, pero las violentas ráfagas de viento elevan la sensación térmica al rango de inhumana.

Al punto de encuentro habitual acuden, puntuales, los miembros del equipo especial de artificieros de la estación. En el transcurso de la noche se han cumplido las previsiones y han caído más de 30 cm, grosor que los especialistas de la zona estiman como el límite para poner en marcha el PIDA (Plan de Intervención De Avalanchas), que obliga a actuar para prevenir calamidades.

El convoy, formado por ocho personas distribuidas en dos coches, encara la serpenteante carretera nevada que da acceso a la estación y se detiene ante la barrera automática que corta la ruta e impide el paso de personal no autorizado en días de condiciones excepcionales, como el de hoy.

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La nieve acumula espesores considerables que complican la circulación, pero bien equipados con los vehículos de la estación, los artificieros alcanzan la base donde se preparan para su cometido.

Hoy el trabajo toca hacerlo desde tierra. El temporal de viento y nieve no permite volar al helicóptero, y lo que desde el aire supondría 45 minutos, se convertirá en 4 o 5 horas de ardua tarea contra los elementos.

Iluminados por sus frontales, los artificieros llegan hasta los talleres de máquinas, donde los espera un chófer que con la pisanieves los conduce hasta el polvorín: una caseta aislada en la zona alta de la montaña, habilitada para guardar de forma segura los explosivos.

Albert Reyes, jefe de pisteros, con 24 años de experiencia provocando aludes, es el director de orquesta. Organiza los grupos y distribuye las tareas. El canal 1 de la emisora de radio es un hervidero de comunicaciones para coordinar el dispositivo, según el estricto protocolo establecido.

Mientras un grupo prepara las cargas, encinta los cartuchos de Goma-2 y distribuye los detonadores para los tiros manuales, otro equipo se dirige a los diferentes avalancheurs, cañones localizados en puntos estratégicos desde los que se lanzan flechas explosivas que provocan los aludes de los rincones más inaccesibles del dominio.

Los hombres de las nieves

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Un grupo de pisteros con certificado de artificieros vela por la seguridad de los esquiadores. Su trabajo es tan imprescindible como poco conocido por el público general.

La experiencia acumulada les hace conocer la montaña, las nevadas, la humedad, el viento y todo lo que provoca que el manto nivoso se convierta en una trampa mortal.

Ser artificiero en la nieve nunca fue un trabajo agradecido. Aunque supone una prima económica, al riesgo de manipular explosivos hay que sumar las peliagudas condiciones climatológicas en las que toca desarrollar el trabajo, con temperaturas gélidas y ventisca.

Las estaciones tienen una cartografía de los lugares con riesgo de avalanchas y tras una nevada intensa se revisan. Cuando el examen confirma el riesgo, toca purgar la montaña mediante aludes controlados.

Antaño se comenzó cortando las avalanchas, para que cayeran de forma natural con la simple presión del esquiador al pasar por la zona de corte. Una temeridad y todo un arte a la vez, que los más veteranos dominan a la perfección.

Después llegó la dinamita y las flechas, que en algunos lugares han dado paso a la instalación de sistemas de detonación de gases que resultan mucho más cómodos y seguros, aunque muy costosos, lo que obliga a muchas estaciones a convivir con la vieja usanza.

El personal se forma durante tres semanas en Francia para lograr una titulación que permite manipular explosivos en la nieve. A posteriori realizan un curso de cinco días para acceder al título de avalancheur. Además, para dinamitar desde el helicóptero, también requieren una formación especial.

A mano

En los inicios del uso de explosivos, se cogían unos cuantos cartuchos bajo el brazo y se iban colocando en las pendientes más cargadas. Se calculaba la cantidad de explosivo y la longitud de la mecha, y se marchaban rápido esquiando. Hoy en día el protocolo de actuación es mucho más estricto.

El artificiero siempre va acompañado, mínimo, por un ayudante y se establecen unos vigías que controlan que no haya tráfico en la zona, vigilan a sus compañeros tras la explosión y evalúan la caída del alud.

En los inicios se utilizaba Goma-2, pero se hiela, cristaliza y es peligrosa ante la fricción al perforarla para introducir el detonador. En la actualidad está cambiando a la emulsión, mucho más fiable y segura.

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La carga media suele ser de unos 3 kg, entre 2 y 4 cartuchos encintados. Aunque puede variar en función de la pendiente del terreno. Cuanto menor gradiente, mayor necesidad de explosivo para desencadenar el alud. A los cartuchos se les ata una cuerda antes de lanzarlos, para recuperarlos en el caso de fallar en el lanzamiento.

Hay dos opciones de explosionar. La tradicional es por tiro eléctrico; un tipo de la detonación que se activa al hacer girar un rodillo que envía un impulso eléctrico al detonador y lo hace explotar. Este sistema obliga a apagar la radio y el teléfono para que no se produzcan interferencias.

La fórmula más moderna es el sistema nonel (no eléctrico), que permite mantener la emisora encendida y no perder la comunicación con los compañeros en ningún momento. La explosión produce una onda expansiva que hace vibrar el manto y la capa de nieve inestable se desprende, provocando la avalancha.

El coste aproximado del kilo de Goma-2 es de unos 20 euros, más unos 4 euros de un detonador. Un sistema simple y económico, aunque lento y peligroso para aquellos que lo llevan a cabo.

A cañonazos

La empresa francesa Lacroix creó hace años el avalancheur. Un sistema neumático que permite alcanzar desde una misma ubicación diferentes puntos críticos. Tiene un gran alcance y puede enviar una flecha explosiva a dos kilómetros de distancia, según los bares de presión aplicados al disparo.

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Creadas para explosionar sobre el manto nivoso, las flechas transportan más de 2 kg de explosivo líquido. Consta de dos componentes que por separado no entrañan peligro alguno para el transporte, el almacenamiento y las manipulaciones; pero mezclados y bien agitados reaccionan y explosionan.

Esta mezcla explosiva se vuelve inactiva después de 48 horas. Aun así, Albert explica que, en algunas ocasiones, ha habido flechas que no han explosionado por un defecto de fábrica y se han tenido que localizar, acordonar la zona y esperar a la primavera para que el equipo especial TEDAX de la Policía venga a detonarla.

Se utiliza un tubo de aluminio de 1,80 m que se encastra en el detonador, se deposita la mezcla explosiva en el interior y se le coloca una espoleta. Una vez preparada la flecha se introduce en el cañón, que está situado en el interior de una caseta ubicada estratégicamente para alcanzar diversos puntos críticos.

Cada cañón tiene unos puntos de tiro definidos, marcados en el suelo con unas guías. Variando el ángulo y la presión que indica una reseña que hace las veces de biblia que seguir, se acierta en cada ubicación.

Es el arma ideal para provocar los aludes de las zonas más inaccesibles, picos y canales angostas, donde el hombre tiene complicado acceder por tierra. Suerte de ellas.

En una estación de dimensiones medias con orografía de alta montaña, como puede ser Ordino Arcalís, existe un total de hasta 80 puntos críticos que requieren ser purgados. “Una barbaridad”, dice Albert. Tras una intensa nevada, el equipo de artificieros puede lanzar entre 15 y 18 flechas en su Plan de Intervención de Avalanchas.

El impacto de una flecha equivale al de unos 2,5 kg de Goma-2 y pueden lanzarse hasta con 100 km/h de viento. Con tal vendaval pueden desviarse varios metros, pero logran su cometido. El coste medio de cada flecha es de unos 290 euros, entre el explosivo y el nitrógeno utilizado para propulsarla.

Desde el aire

El helicóptero es el aliado perfecto para los artificieros. Simplifica, agiliza el trabajo y, sobre todo, acorta los tiempos. El hándicap es que no vuela en condiciones de visibilidad reducida. Condiciones, por otro lado, habituales en alta montaña.

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Al helicóptero suben tres artificieros: uno se ocupa de las cargas, otro de lanzarlas y detonarlas (asomado por la puerta del copiloto –la izquierda–) y el jefe del operativo, que se sienta delante para guiar al piloto y optimiza el tiempo de vuelo.

Cada minuto es de oro a bordo de un heli. Unos 1.600-1.800 euros/hora. A cada carga se le instalan dos mechas lentas, de un metro aproximadamente, con dos detonadores que dan unos 90 segundos de margen hasta la explosión.

Eso permite al equipo lanzar varias cargas a la vez. El control del tiempo es vital y en el minuto y medio de margen se llegan a lanzar uno o dos paquetes más de Goma-2.

El helicóptero, guiado por el jefe del operativo, vuelve al punto de tiro para comprobar desde el aire el comportamiento del alud. Desde el aire, el frío a primera hora de la mañana congela el rostro y las manos de los artificieros.

Cuando la nieve está venteada y dura, atan a los cartuchos un pesado tornillo de hierro, para que haga las veces de ancla, se clave bien en la nieve y no ruede pendiente abajo.

Gazex, Catex, DaisyBell…

Pero antes de todo esto, cuando se pone en marcha el PIDA nada más llegar a la estación, se provocan los primeros aludes desde el centro de control mediante el sistema de Gazex, que permite purgar a distancia las diferentes bocas de gas distribuidas por la estación.

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El Gazex son aquellos tubos metálicos que muchas veces vemos instalados en las zonas altas de las montañas. Es un sistema informatizado que permite desencadenar avalanchas desde el ordenador de la oficina.

Al dar la orden de disparo, el sistema (vía radio) envía oxígeno y propano hasta la boca seleccionada y ahí, mediante una chispa electrónica, explosiona. Se trata de una obra fija y funciona sean cuales sean las condiciones climáticas.

La energía de la explosión provoca así una onda de choque que desencadena la avalancha. Tiene un radio de acción de 90 m y son muy eficaces. Es el método más cómodo y sencillo, aunque muy costoso de instalar, lo que no permite tener suficientes bocas de gas para cubrir todos los puntos de peligro.

Un sistema Gazex de cuatro o cinco bocas puede alcanzar un coste de instalación de medio millón de euros. Una vez instalado, con 1.200 euros anuales de coste en cargas de oxígeno y propano, se pasa un invierno medio.

Por su lado, sociedad Montaz Equipement creó una alternativa hace años llamada Catex. Los explosivos son transportados a través de un cable de varios kilómetros que circula por torres sobre los corredores de avalancha, hasta el punto de tiro. El artificiero maneja los disparos por radiocomando.

Hay otras soluciones, como el DaisyBell, un sistema Gazex aéreo y móvil transportado por helicóptero, que se coloca en vuelo estacionario entre 3 y 10 metros sobre la zona de interés. El DaisyBell genera una explosión con una mezcla de hidrógeno/oxígeno contenido en una cúpula metálica de forma cónica. Debido a su autonomía y a su movilidad, este sistema permite una sucesión de tiros en varias zonas geográficas.

Texto de: David Ledesma

Fotos: Ordino Arcalís / Pablo Varela

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