Ocurrió hace unos días en los Alpes…
Fue un sábado con suerte, pues había nevado un palmo esa noche de finales de marzo. Estábamos Max y yo esquiando tranquilamente en la estación.
Desde la parte baja se veía muy claramente la parte alta de la montaña y en ella los respectivos couloirs que rompían la monotonía de la gran roca.
Había uno al que le teníamos echado el ojo de las diferentes subidas en el rápido y reconfortante telesilla. Desde abajo se veía muy apetecible y con la nevada de la noche anterior, prometía una buena bajada.
Se nos había acumulado un poco la faena. Es decir, teníamos muchas cosas que esquiar antes de llegar allí. Finalmente, al filo del mediodía, nos dirigimos al couloir.
El couloir era bastante ancho y estaba partido por unos arbolitos en medio, a unos cuarenta metros debajo de la entrada, que morían en una roca grande. Se podía bajar o bien a la izquierda o bien a la derecha de los arbolitos.
Su pendiente no estaba mal, con nieve fresca seria una buena bajada a tope. Pero no todo es lo que parece.
Al parar en la entrada del mismo vimos, unos metros mas abajo, un esquiador vestido de verde parado en medio de los arbolitos, como alucinado. Unos quince metros más abajo, también aprovechándose del resguardo del mini bosquecillo, había otro esquiador plantado, vestido de azul y justo enfrente suyo, al lado derecho y en medio del couloir, parado y sin moverse, un tercero vestido de negro cuya situación parecía bastante comprometida.
Si bien era una estampa un poco inusual, al principio no le di mucha importancia, pero cuando mi espátula tocó la nieve de la entrada del couloir, enseguida entendí que el tema estaba difícil y que los tres tíos, en especial el de negro, lo estaban pasando mal.
-Ojo que la nieve aquí en la entrada está helada, crucemos a los árboles…- Me dijo Max.
-Pues a estos les debe parecer hielo azul… ¿Qué estarán haciendo?
-No lo se… Sí que parece raro.
-¿Vamos hasta los arbolitos por la izquierda? Parece que está mejor.
-Sí, tiene toda la pinta. ¡Ves con cuidado en la entrada!
Una vez cruzado el hielo y aposentados en los árboles, donde la nieve no había sido barrida, pudimos valorar la situación a nuestro alrededor.
Los tres parecían estar con problemas. El de más arriba, vestido de verde y mas cerca de la entrada del couloir y con cara de miedo, era el que mejor estaba situado, en la nieve fresca de los arbolitos desde donde observaba a los otros dos como si esperara que fueran a caer al vacío…
El de más abajo suyo, de azul, estaba también en los arbolitos, pero incapaz de moverse, ni adelante ni atrás, y menos esquiar hacia abajo. El tercero estaba congelado por el miedo en medio del couloir.
El hombre de azul nos preguntó primero en francés más o menos que hacer. Cuando le dije que no teníamos ni idea de frances, solo inglés, resultó ser el único de los tres que hablaba Inglés.
Le dije que la nieve en la parte izquierda del couloir era mejor y que esquiariamos a la izquierda de los arboles y que vinieran, que hiciera una vuelta maría para llegar al otro lado del bosquecillo a la izquierda y que no tuviera ningún reparo que la nieve le aguantaba.
Él dijo que no podía. Estaba mirando a la derecha, hacia su amigo plantado en el hielo en medio del colouir, quien nos miraba sin decir nada y sin moverse, en una posición bastante precaria.
Le dejamos ahí pensándoselo y nosotros fuimos con cautela cruzando una nueva franja de hielo hacia la izquierda del couloir, para llegar a la parte de nieve no tocada por nadie.
Cuando nos giramos de nuevo, vi que el hombre de azul iniciaba su giro o vuelta maría, pero también vi que el que estaba en medio del hielo empezaba a quitarse los esquís…
–¡Blue man!– le grité alarmado. (le llamé así solo para distinguir a quien me dirigía y por el tema del idioma) -¡¡Dile a tu amigo que se calce los esquís, que se va a caer!!
-¡Es un montañero experto y sabe lo que hace!, me contestó él.
Ahí sí que Max y yo nos miramos con cara de no entender nada. De los tres, solo el montañero estaba en actividad y el tiempo pasaba…
Volví a intentar decir algo al de azul, para que espabilara al del árbol, quien parecía que se iba a quedar a pasar el día allí, abrazado al árbol. El de azul pasó de mí olímpicamente, no le dijo nada al del arbolito y el montañero experto masculló algo que no pudimos oír. Pero tampoco creo que lo hubiéramos entendido.
Como la situación se estaba volviendo arisca por parte de los tres estancados, nos desentendimos del curioso grupo y nos lanzamos couloir abajo disfrutando como enanos de una perfecta y franca nieve virgen, enlazando giros cortos al principio y alargándolos al final, hasta frenar abajo de todo llenos de satisfacción por una bajada tan buena.
Evidentemente volvimos a mirar arriba al couloir y esta vez había un poco de movimiento. El hombre callado y abrazado al árbol seguía bien, abrazado al árbol y callado.
El experto montañero seguía tallando delicados escalones, esquís en mano, hacia su cima más lejana.
Pero el de azul empezó a bajar por el couloir y la verdad es que nos dejó todavía más confundidos. Para nuestra sorpresa era un buen esquiador y no logré llegar a entender qué hacía allí en los arbolitos con tanto apuro. Cuando pasó por nuestro lado, no nos dio ni las gracias.
Le seguimos con la mirada unos cuantos virajes más y cuando volvimos a mirar arriba todo seguía igual: El del árbol seguía en el árbol y el montañero estaba tres metros mas arriba y seguía tallando escalones. Le quedaban unos treinta metros para hacer cima.
Nos fuimos esquiando hacia abajo y cuando llegamos al telesilla de nuevo, avisamos que había un tío colgado en un árbol, aparentemente sin saber qué hacer y sin amigos, y otro escalando.
El del telesilla hizo una rápida llamada por walkie que, si bien no entendimos lo que decía, comprendimos lo que quería decir. Nos dio las gracias y nosotros nos fuimos a disfrutar del siguiente couloir.
En el viaje de vuelta a casa Max y yo seguimos comentando e intentando entender cual fue la causa y el desenlace final de esa situación tan curiosa en un couloir que, para ellos tres, seguro que fue «el Couloir Maldito».
Si llegas a una conclusión lógica, o un final de esta historia tan curiosa, ¡no dudes en comentarla!
Parece una de esas películas que empiezan por «basado en hechos reales», ja ja ja!. Entonces, al terminar, habría un fundido en negro y aparecería el siguiente texto:
Al amanecer del día siguiente, el hombre de negro fue recuperado por el servicio de rescate de la estación, después de que tallara 737 perfectos escalones en el hielo. Sólo le faltaba 5 para llegar a la cima.
El hombre verde también fue rescatado pero con más dificultad. Estaba fuertemente agarrado al árbol y deliraba diciendo que ese era su mejor compañero y que nunca lo abandonaría.
Hombre de azul fue castigado por el karma. En su siguiente bajada, un tiburón le destrozó el esquí izquierdo, salió volando por los aires y después de una voltereta aterrizó sentado encima de la fijación abierta que se volvió a cerrar por el impacto. Tras 7 años y varias delicadas operaciones, se ha recuperado. En la actualidad se ha pasado el monoesquí.
¡¡¡Jajajajaja!!!. ¡¡¡muy buena!!! ¡¡¡Gracias!!! Algo así debió pasar si… pero lo que nos tiene alucinados aun, es por que se generó esa situación con esos tres esquiadores.
Le paso tu comentario a Max, que seguro que se va a reír un rato también!!! Muchas gracias!