Si eres europeo, cuando piensas en esquí, la mente te traslada a los Alpes o a los Pirineos. Quizá más lejos, a Canadá, Colorado o incluso Escandinavia. Pero seguro que no piensas en Irán. Ni por asomo. Y es precisamente por eso, que la idea de esquiar en Persia se antoja de lo más exótica.
No hay mucha historia de esquí en ese lugar –para nosotros– remoto. Pero es exactamente donde, junto con mi amigo Sébastien Baritussio, pusimos rumbo con nuestros esquís el pasado invierno, en búsqueda de nieve fresca y aventuras.
Tal y como nos explica Wikipedia, “Irán, cuyo nombre oficial es República Islámica de Irán, es un estado de Oriente Medio y Asia Occidental. Desde el primer milenio a. C. hasta 1935 fue conocido como Persia, nombre que sigue siendo válido y aceptado junto con el de Irán“.
Este apasionante país tiene una de las civilizaciones más antiguas del mundo, con muchas intersecciones comerciales, tales como la antigua red de comercio conocida como la Ruta de la Seda. Es también una de las regiones más montañosas del mundo. Desde el desierto hasta la montaña, de la ciudad a la playa, Irán ofrece contrastes extremos de paisajes y mucho por descubrir.
Contrastes, hospitalidad y polvo fresco
Aterrizamos en Teherán a medianoche, pasamos con éxito los requisitos de visado y empezamos nuestra primera aventura para encontrar a nuestro contacto local… en una ciudad con quince millones de habitantes.
Lo siguiente fue pelearnos con atascos de tráfico extremadamente largos; pero conseguimos dejar atrás la bulliciosa civilización y, al cabo de un rato, allí, a lo lejos, pudimos percibir lo que habíamos venido a buscar: picos nevados elevándose en el horizonte.
Divisamos nuestro objetivo y, de repente, el resto del viaje parecía más fácil. Nos recibió una tormenta de nieve que se prolongaría durante dos días. Eso significaba que tendríamos un montón de nieve fresca para disfrutar cuando finalmente pasase la tempestad, aunque no podíamos ocultar nuestra frustración por tener que esperar a descubrir los secretos que habíamos venido a descubrir. Habíamos viajado mucho en tiempo y distancia y estábamos atrapados, esperando a que la nieve dejara de caer.
Lo positivo es que mientras esperábamos el momento de calzarnos los esquís, éramos libres para conocer el lugar, sus gentes y explorar la zona.
Estábamos viviendo en un pequeño pueblo a pocos kilómetros de la estación de esquí de Dizin, a unos 2.400 metros de altitud. Tiene varios telecabinas y telesquís, que llegan los 3.600 m de cota máxima.
Rápidamente nos hicimos amigos de la población local, incluyendo trabajadores de la estación y pisteros. Incluso conocimos a algunos atletas del equipo nacional de Irán de skimo y del equipo de esquí alpino júnior, que se entrenan ahí. Nos pareció increíblemente fácil hacer amigos aquí. Bueno, la diferencia de idioma complica un poco las cosas, pero eso solo añade más sonrisas en las comunicaciones.