Esquiar en Siberia merma las fuerzas y ánimos de los más valientes
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El laberinto blanco

Un reto vale la pena si en tus manos está ser un pionero; el primero en alcanzar una meta. Eso pensaron Matthias ‘Hauni’ Haunholder y Matthias Mayr antes de adentrarse en la inmensidad blanca para esquiar en Siberia, el Gora Pobeda.

Desafiando temperaturas de 60 grados negativos, a 1.300 kilómetros del helicóptero u hospital más cercano. El resultado: una aventura de montañismo, esquí y ‘furgoneteo’ como ninguna otra.

La historia comenzó cuando Haunholder y Mayr regresaban de una aventura en la isla rusa de Onekotan, donde habían sido los primeros en esquiar. De vuelta, en el avión que los devolvía a Europa, pasaron por las espectaculares montañas de Siberia, una zona inhóspita que estaba pidiendo ser explorada.

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Estábamos sentados en el avión, medio dormidos, mirando por la ventana. Durante una hora sobrevolamos montañas, montañas y más montañas nevadas. Parecía un lugar extraordinariamente hermoso. Comenzamos a bromear sobre la posibilidad de esquiar aquellas cimas”, explica Matthias Mayr.

Nueve meses después, en algún lugar de la Siberia oriental, Hauni, Mayr y Johannes (el cámara) estaban paleando congelados de frío para sacar su furgoneta de la nieve. Ya no reían tanto…

Sobreviviendo a –68ºC

Planificar este tipo de aventuras puede ser mucho más fácil que ejecutarlas. “Tuvimos la gran idea de esquiar las montañas que vimos desde el avión, pero cuando comenzamos a investigar, pronto nos dimos cuenta de que estaban lejos, muy lejos”.

La cordillera se llama Cherskiy Range. Su pico más alto es el Gora Pobeda, de 3.003 m de altitud o 3.147 m, dependiendo qué libros consultas. Pocas personas han estado en ellas y nunca nadie esquió antes allí.

Es una de las zonas más frías del mundo, situada pocos kilómetros al sur del Círculo Polar. Seguramente uno de los lugares habitados más gélidos del planeta, con registros de -68ºC.

El problema en una misión como esta, donde el refugio más cercano está fuera del alcance de los helicópteros y tienes que arrastrar cada kilo que lleves por ti mismo sobre caminos congelados, es que desde el inicio todo el mundo te dice que vas a fracasar. Incluyendo tu propio instinto.

Desde el primer momento dudé que pudiéramos realizar este proyecto –explica Hauni–. Era imposible siquiera acercarse a la zona que pensábamos esquiar: no hay calles, la gente suele conducir en ríos congelados y lagos que se derriten. También teníamos que llevar cosas mucho más aparatosas que un equipo habitual de escalada, porque queríamos filmar. Uno de los días nos llevó seis horas recorrer dos kilómetros”. Ante un viaje como ese, todo el mundo pensaba que Haunholder y Mayr estaban locos, mientras que algunos pocos decían: “¿Dónde tengo que apuntarme?”. Ese fue Pasha.

La furgoneta indestructible

Una de las protagonistas del viaje fue la furgoneta que utilizó el equipo para su aventura. Vieja pero indestructible, aguantó más de 40 horas en el corazón de Siberia, pasando por pistas de tierra cubiertas de nieve y la temible carretera Road of Bones (‘Carretera de los Huesos’).

En algunas zonas, los caminos helados se habían derretido durante la noche con la subida de las temperaturas y se habían convertido en ríos que hacían muy difícil avanzar kilómetros con rapidez. Al volante, Pasha, el chófer. Una mezcla entre Sebastien Loeb y Superman.

La ruta era dantesca y Pasha repetía la misma frase una y otra vez: “Si nos quedamos atrapados, a ver qué hacemos aquí…”. El objetivo era llegar hasta un remoto poblado donde vive una familia de nómadas, las únicas personas capaces de ayudar al equipo a adentrase en las montañas.

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Todo parecía funcionar hasta que, a unos 60 km, la furgoneta se quedó atascada en la nieve bajo una virulenta tormenta de nieve y -55 grados centígrados. A veces es mejor no saber todo acerca de los problemas y riesgos que entraña una nueva aventura, hasta que te encuentras de bruces con ellos. “Lo único bueno cuando cavas durante una hora a -50ºC, es que no sudas”, explicaba Hauni.

¿Por qué estamos haciendo esto?

Podría estar en mi casa esquiando, en los Alpes, sentado en mi cabaña caliente cada noche. En cambio estamos a 8.000 km de distancia, en medio de Siberia”, decía Matthias Mayr en plena crisis de dudas.

Siberia es todo menos el lugar para disfrutar, y el equipo comenzó a darle demasiadas vueltas a la cabeza: “Tal vez no deberíamos ignorar permanentemente cuando la gente nos advierte”. Lo peor de todo es que, después de tanto esfuerzo y cansancio, nadie del equipo tenía la certeza de que se pudiera esquiar en las montañas que habíamos decidido conquistar.

Habíamos gastado mucho tiempo y dinero para llegar hasta allí, y todo parecía torcerse. Había sido una idea realmente estúpida”, llegaron a pensar. Pero por un momento, cuando todo parecía derrumbarse, decidieron ponerse en modo robot y quitarse las dudas de encima: “No seamos pesimistas”.

Ust Nera, a 150 km de distancia; Sasyr, a 150 km de distancia. En el camino, solo nieve y hielo. La furgoneta atascada con 60 cm de nieve seca, las tormentas soplando a 60 km/h y los mencionados -55ºC. Y para hacerlo más duro, 36 horas sin dormir.

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Con el esfuerzo sobrehumano de todos lograron desenterrar la furgoneta y seguir el camino. Aquel momento fue el clímax de un cambio de mentalidad: “Yes, we can!”.

Finalmente alcanzaron el pueblo de Sasyr, el último vestigio de civilización en la expedición. Un pequeño pueblo de 700 habitantes. Los lugareños les decían que estaban locos. Las condiciones no eran buenas y las temperaturas fluctuaban dramáticamente en un mismo día, lo que complicaba el simple hecho de sobrevivir.

 

En algunos momentos del día, el agua hirviendo arrojada al aire se convertía en nieve al instante; en cambio, en otros, las temperaturas subían desproporcionadamente. Ni siquiera estaban seguros de que las cámaras para filmar fueran a funcionar con tanto cambio brusco.

Pero habían recorrido miles de kilómetros y tenían que intentarlo. Gracias a los nómadas locales, cuyo apoyo y conocimiento de la zona fue imprescindible para el éxito de la expedición, Matthias, Hauni y Johannes –y su cámara– se adentraron en la inmensidad blanca.

Primero tirados por las motos de nieve de los esquimales, después foqueando y arrastrando sus trineos cargados con el material imprescindible para su supervivencia. Un trayecto duro y exigente física y psicológicamente, cruzando peligrosos lagos helados y terrenos irregulares que fueron mellando las fuerzas.

Tras horas de aproximación, lograron alcanzar la base del objetivo: el Gora Pobeda. En el ascenso tuvieron que lidiar con peligrosas grietas y caminar a lo largo de crestas escarpadas, antes de alcanzar la cumbre.

Una vez en la cima, “una mezcla de emoción y orgullo por haber logrado un reto tan complicado. Solo quedaba disfrutar de un glorioso descenso bajo un sol brillante y un espectacular cielo azul”.

Había sido duro, muy duro, pero ser los pioneros, los primeros del planeta en esquiar aquella nieve fría y sedosa, había valido la pena.

Adaptación: Jan Riba
Fotos: Red Bull
Contenido: Poll/Jonas Blum

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2 comentarios en «El laberinto blanco»

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