¡Y llegó el gran día! Finalmente pude poner a prueba mis esquís de descenso, nada menos que en Vars (Francia), la pista más rápida del mundo. Todo, desde el instante en que salí de casa con destino a los Alpes hasta el momento en que volvía para Barcelona, fue una experiencia única.
Pero antes de seguir, tendréis que saber por qué fui a Vars. Si alguna vez os lo habéis preguntado, entrenar esquí de velocidad es una tarea muy complicada.

Las pistas que se usan para esta disciplina suelen ser canales muy pendientes, dignos de auténticos descensos de freeride. Por ese motivo no suelen estar habilitadas para la práctica del KL. Sin embargo, durante los días previos a una competición la pista se prepara para que los esquiadores puedan entrenar.
A finales de enero se celebraba en la estación francesa la primera prueba de la Copa del Mundo. Así que puse rumbo a Vars, a encontrarme con mi excepcional padrino Ricardo Adarraga, con Juanki Sánchez (el segundo esquiador más rápido de España) y algunos miembros del equipo francés, como Simon Billy.
Lo que no es posible controlar es la climatología, especialmente en la montaña, que desafortunadamente no nos acompañó durante los dos únicos días que tenía programados para entrenar… ¡lo que no significa que no pudiera hacerlo!

Que comience la acción
El lunes, después de haberme ido a dormir pronto, Ricardo me esperaba a pie de pistas para coger el telecabina que nos acercaría hasta el puesto de cronometraje de la pista de KL.
Lo primero que me sorprendió fue la hora. Recordaba los madrugones de cuando competía en esquí alpino. Pues bien, parece que los esquiadores más rápidos del mundo se toman el resto del día con más calma.
Habíamos quedado a las 9:30 y, lo más sorprendente, sin saber realmente si ya habría alguien en la pista y si estaría preparada. En Vars, la familia Billy (un apellido legendario en el KL) es la que se encarga de todo lo que conlleva el esquí de velocidad.

Ellos tienen, por decirlo de alguna manera, la llave de la pista. Sin los Billy, no hay esquí de velocidad en Vars. Y no sabíamos con certeza si estarían…
Pero sí. Podíamos ver a Phillipe (el padre, ex recordman del mundo) en lo alto del couloir, marcando con las banderas. Abajo, algunos de los kaelistas del equipo francés ya se preparaban para sus primeras bajadas.
Si lo complicado fuese bajar…
El primer contratiempo fue no tener moto de nieve. Siempre que es posible, Phillipe sube a los esquiadores hasta el punto de salida con la moto, ahorrando así mucho tiempo. En caso contrario hay que acceder mediante remontes, desde la parte superior.
Debíamos bajar hasta un telesilla, remontar, enlazar con el arrastre que subía hasta la cota más alta y -lo más novedoso para mí- turnarnos en el rol de sherpa. Es decir, uno del grupo hace las funciones de ‘porteador’, cargando con el equipo de los demás. Vale decir que, como novata, conmigo fueron muy buenos y pude subir con mis esquís cortos, mientras Ricardo (que hacía de sherpa en la primera bajada) llevaba mis DH de 2,15 m.

Cuando llegamos a arriba y me acercaron hasta el punto más elevado de la pista, pensé: ¿¡Que estoy haciendo aquí!? Esto no es ‘descenso’, ¡es caída libre! Fue un alivio saber que ellos tenían la misma sensación cada año, cuando se asomaban por primera vez. Yo no me iba a tirar desde ese punto (ni ellos tampoco ese día)….
Comenzaba el periplo para descender hasta el punto de salida, donde el estadio de velocidad ya estaba preparado. Os parecerá increíble, pero casi resulta más peligroso llegar hasta allí que tirarse.
El trayecto es un fuera-pista realmente inclinado que, además, estaba cargado de nieve virgen. Yo podía ir cómoda con los esquís de 1,65 pero imaginaos ellos con los de 2,40 de KL. Verlos es realmente sorprendente.

Cuando por fin llegamos al punto de salida, tocaba prepararse. Fuera pantalonetas (obligatorias por seguridad en la aproximación, ya que en caso de caída los monos aerodinámicos resbalan cosa mala), fuera todas las prendas de abrigo y.… cambio de esquís. Sí, suena sencillo y Ricardo consiguió que así fuese, pero puedo aseguraros que, con esa inclinación, parecía una misión imposible.
Juanki se lanzó primero para que me sirviese de referencia. Cuando llegó abajo, me tocó ponerme en posición.
Y el universo se detuvo
Es curioso como, en ese momento, el mundo desapareció a mi alrededor. Estaba en el centro de la pista, perpendicular a la pendiente, mirando hacia abajo. Completamente tranquila. Me había preparado física y mentalmente para ese momento. Después de meses de entrenamiento y de planificación, con la inestimable ayuda de Ricardo Adarraga. De mi entrenador Miguel Ángel Saez. Con el apoyo de Atomic, de Energía Pura, de Leki… Con el soporte del Ski Club Camprodon y la preparación del material por parte de Víctor Salinas, de SASCO Esports. Había llegado el momento.
No sabía que iba a sentir, pero sabía que podía hacerlo. Respiré hondo, encaré los esquís a la pendiente y… ¡en posición!

Supongo que el mundo corría a mi alrededor. Yo solo veía la pista y, al fondo, las banderas que marcaban el final del descenso y el momento de frenar. Primero en cuña, para reducir velocidad, y luego un viraje amplio para dirigirme hacia la caseta de cronometraje.
Cuando ya estaba allí, a punto de encontrarme con Juanki, lancé un enorme grito de satisfacción. ¡Lo había hecho!
Y había salido incluso mejor de lo que pensaba. El Suunto con GPS que me dejó Ricardo marcaba 125 km/h. ¿Y por mi mente qué paso? ¡Más! ¡Quiero más!

Mi primera experiencia como sherpa
En la siguiente bajada les tocaba a ellos, así que la sherpa iba a ser yo. Aunque, como en la primera ocasión, me lo pusieron fácil y no tuve que llevar sus esquís: los llevaban puestos.
Mi trabajo se limitó a recogerles la ropa de abrigo y llevarla hasta abajo, derrapando por el borde de la pista lo más rápido posible para arrastrar lo mínimo de nieve.
Lo mejor es que hasta eso fue toda una experiencia. Sobre todo, poder ver cómo se lanzaban desde una posición tan privilegiada.

En la siguiente -y última- bajada, nos tocaba tirarnos a Ricardo y a mí, esta vez desde más arriba. Para entonces, la visibilidad en pista ya era muy pobre, apenas veíamos las banderas que indicaban el recorrido. Pero tampoco me lo pensé dos veces.
Aunque debo decir que en esa ocasión no llevaba GPS, según Ricardo superé los 130 km/h. Desafortunadamente el día se acabo allí, poco después empezaba a nevar.
A la mañana siguiente la nevada se intensificaba y se desvanecía cualquier posibilidad de volver a entrenar. Pero no fue en absoluto un día perdido, ya que Ricardo consiguió que Simon Billy nos atendiese en su taller.

Allí me acabé encontrando de charla con los hombres más rápidos de España (Ricardo Adarraga), Francia (Simon Billy) y Bélgica (Joost Vandendries). No fue mucho rato, pero no podía dejar de fijarme y escucharlos atentamente. Una experiencia de la que os hablaré con más detalle en unos días.
Desafortunadamente, el tiempo no mejoraba y teníamos un largo camino de vuelta a Barcelona. ¡Tocaba volver a la rutina del trabajo! Pero volvía diferente.
Ya sabía lo que es el esquí de velocidad y ahora sólo puedo pensar en ello, hasta el punto de que, en Vallter 2000 -mi estación habitual-, busco canales en las montañas contiguas donde se pudiera hacer una carrera.

También pienso en mi primera competición, la Copa del Mundo de Formigal, que se celebrará este fin de semana, del 13 al 15 de marzo, y donde, si no hay contratiempos, pienso darlo todo.
Por mí y todos los que me han ayudado a sacar adelante este maravilloso proyecto KL Solo Nieve.