Recordando a Paco Fernández Ochoa, la medalla de Sapporo

Hace 44 años Paco Fernández Ochoa lograba en Japón el mayor éxito del esquí de competición español. 10 años después de su muerte, recordamos la gesta.

Recordando a Paco Fernández Ochoa, la medalla de Sapporo

Hace 44 años Paco Fernández Ochoa lograba en Japón el mayor éxito del esquí de competición de nuestro país. Una medalla de oro inesperada para muchos, pero ganada con total rotundidad.

Paco nos dejó hace ya diez años, el 6 de noviembre de 2006. En ese momento, desde Solo Nieve quisimos rendirle homenaje con un artículo especial, recordando a través de Aurelio García -su compañero de aventuras, amigo y rival- su formidable victoria en las olimpiadas de Sapporo.

A continuación reproducimos íntegramente el artículo publicado en el Solo Nieve nº45:

Dos personas convivieron íntimamente con Paco aquel 13 de febrero de 1972: Bernard Favre -su entrenador- y Aurelio García Oliver, uno de los mejores esquiadores que ha tenido este país y que, como tantos otros, el olvido en el tiempo ha convertido en héroe anónimo.

Y nadie mejor que Aurelio, que aquel día compartió nervios, tensión y alegría con el astro de Cercedilla para explicar, en vivo y en directo, la consecución del oro olímpico en el slalom de Sapporo. Sólo la crónica de Paco podría ser más genuina, pero él ya no está y seguro que, desde ahí arriba, estará encantado de que su compañero de fatigas durante quince años y amigo personal desde la infancia nos detalle la historia jamás contada de aquella medalla.

Por cierto: Aurelio también corrió ese día en el monte Taineyama. Y aunque nos pidió que no lo mencionáramos, es de justicia que se sepa que en la primera manga se enganchó con una puerta, hizo un interior y tuvo que remontar para seguir. ¡Y quedó el doce! Pero esa es otra historia…

Os dejamos con Aurelio, de regreso a aquel 13 de febrero de 1972.

A pesar de que iba a ser un año olímpico la pretemporada 71-72 fue como todas, tanto a nivel de preparación física como técnica. En ese momento el primer equipo lo formábamos Paco, su hermano Juanma, Jaime Ros y yo, además de Conchita Puig.

En verano nos fuimos a Sudamérica, estuvimos entrenando en Portillo y de regreso hicimos la preparación física habitual de otoño en Castelldefels, cerca de Barcelona. A últimos de noviembre volvimos a tocar nieve, en Tignes y en Val d’Isère, justo antes de las pruebas de St. Moritz y el Critérium de la Première Neige, que iniciaban la Copa del Mundo a primeros de diciembre. Después siguieron Sestriere, Maribor… Kitzbuehel fue la última competición antes de volar a Japón.

A Sapporo fuimos una reducida representación: Conchita, Paco y yo como corredores, acompañados por nuestros respectivos entrenadores. El programa de participación en las diferentes disciplinas se definiría sobre la marcha, en función de cómo viéramos las posibilidades de obtener resultados. El gigante no era nuestro fuerte, pero en el descenso creo que hubiéramos tenido opciones; a pesar de ello Bernard no quiso correr riesgos, pues se celebraba antes del slalom. En todo caso, creo que entre los 15 primeros hubiéramos entrado.

En los días previos fue significativo que los italianos y los franceses, con los que a menudo compartíamos entrenamientos durante la temporada, dejaron de esquiar con nosotros. Sus entrenadores, cronómetro en mano, comprobaron que éramos adversarios a tener en cuenta. Realmente estábamos en un gran momento de forma y andábamos muy finos… ¡y un día nos encontramos en la pista de entrenamiento con un trazado para nosotros solos! Eso reforzaba nuestra confianza, teníamos claro que aquello iba a salir por algún lado. De hecho, es algo que ya se había visto en las pruebas de previas de Copa del Mundo.

Y llegó el día de la carrera. Lo más destacable es que, a pesar de ser una jornada especial, mantuvimos la rutina de forma absolutamente normal. En el sorteo de dorsales la tarde anterior a Paco le tocó el 2 y recuerdo que comentamos que era muy pronto, que lo ideal hubiera sido que le tocase salir el quinto o así, pues de esta manera el trazado está más limpio y se corre más. En broma le dije: “No te preocupes, Paco, que yo bajo el 16 y ya me encargaré de dar la campanada”.

Amaneció un día feo, nublado, con mucha humedad (teníamos el mar muy cerca). En todo caso la pista se conservó en buenas condiciones, la verdad es que los japoneses la prepararon muy bien. Nos levantamos muy pronto, hicimos el calentamiento previo habitual, desayunamos como siempre, nos equipamos y subimos a entrenar un poco, básicamente para calentar.

La verdad es que en la primera manga no estuve demasiado atento a la bajada de Paco, pues bastante tuve con preocuparme de mi carrera. Lo que tenía claro mientras esperábamos en la salida es que Paco, e incluso yo -aunque no esté bien que lo diga-, éramos candidatos a estar delante.

Paco hizo una primera manga formidable y les metió un tortazo de cuidado: segundo y pico a todos, incluido a Gustavo Thoeni, el gran favorito. Posiblemente ahí estuvo la clave de su triunfo. Salió a tope, es algo que comentamos previamente y que ambos teníamos claro, pues eran unas olimpiadas y no podía haber términos medios: o la gloria o nada, cara o cruz. Y le salió bien. En aquel momento pensamos: “aquí cae algo”.

El golpe moral sobre los competidores fue evidente y creo que les marcó a la hora de hacer la segunda manga. Hay que pensar que, normalmente, en un segundo nos metíamos 10 o más corredores ¡y Paco les metió un segundo largo a todos! Esa diferencia enorme dejó tocados a los demás, sobre todo a los primos Thoeni. Había un cierto desconcierto entre los adversarios, pues si la diferencia hubiera sido de cuatro décimas o medio segundo habría sido aceptable. Entraba dentro de lo probable que Paco ganase la primera manga, ¡pero no con esa diferencia!

En aquel momento, en la zona de meta, fue decisiva la labor (sobre todo por parte del entrenador) de aislar a Paco de periodistas y demás, para que mantuviera la concentración al máximo. Nos metimos en la zona reservada para corredores a tomar algo y allí esperamos el momento de subir para la segunda manga. A pesar de lo que había hecho, Paco mantenía una actitud de absoluta normalidad, como en cualquier otra carrera. Era consciente de que había hecho una gran primera manga y lo que podía suponer, pero sabía que quedaba la segunda bajada, que es la que realmente impone respeto.

El reconocimiento del trazado se hacía remontando a pie y tampoco en este aspecto la rutina fue diferente, comentando entre nosotros e incluso con Thoeni las particularidades del marcaje. Una vez en la zona de salida estuvimos esperando (en los “boxes”, como decía Paco… como si fuéramos caballos de carreras) a que nos llegara el momento de bajar. Quizá estábamos un poco más serios de lo habitual… las posibilidades de medalla eran evidentes y nunca ha sido lo mismo quedar primero en unas olimpiadas que en una prueba de Copa del Mundo, sea Val d’Isère, St. Anton o Kitzbühel.

Para la segunda manga los cinco o diez primeros -no recuerdo con exactitud- bajaban en orden inverso. Entonces sí que presté verdadera atención.

La pista se veía casi en su totalidad, excepto la última parte. Tenía un pequeño repecho nada más salir, un segundo lomo más suave a medio trazado y al final, justo antes de meta, tenía un último rasante muy pronunciado con una chicane complicada justo antes. Paco bajó a por todas, iba al límite y cerca de la llegada tuvo un momento crítico: en esa última chicane perdió la centralidad y atacó el rasante muy retrasado, pero fue capaz de aguantar y consiguió recuperar la posición.

Paco ya había bajado -y ganado- y yo todavía estaba arriba, en la salida, sin saber cómo estaban las cosas. De hecho, la situación de la carrera no se conocía en la salida. Es algo que, al menos entonces (e imagino que debe ser igual en la actualidad), era sagrado. La sabían los entrenadores pero no los corredores, que teníamos que estar absolutamente concentrados. Lo que sí tuve claro es que con la ventaja de la primera manga y viendo cómo había bajado la segunda iba a estar, como mínimo, entre los tres primeros.

Quince minutos más tarde bajaba yo, a por todas, con intención de recuperar al máximo el fallo de la primera bajada. Ya en la zona de meta, Paco estaba como una moto; los primos Thoeni -segundo y tercero-, el resto de corredores… ya no contaban para nada. En el podium a pie de pista todo eran alegrías, son las imágenes que hemos visto tantas veces en televisión… pero lo que nadie sabe es lo que ocurrió después.

La ceremonia de entrega de medallas era en la villa olímpica, a la cual teníamos que ir directamente desde la pista; en la furgoneta militar que nos llevaba de vuelta (íbamos mano a mano) Paco comentó que no era de recibo ir a la entrega de premios sudados como estábamos, así que rompiendo todo el protocolo nos fuimos a duchar… y el arrebato de higiene de los españoles provocó un considerable retraso de la ceremonia, en la que Juan Antonio Samaranch tenía que entregar la medalla a Paco. El chofer japonés que nos llevaba insistía en que le estaban llamando por la radio preguntándole si había tenido alguna avería o qué… pues lógicamente ¡no podía hacerse el acto sin la presencia del gold medal! Bertrand, nuestro entrenador, que no nos había acompañado a la habitación, no sabía donde meterse: “¿Dónde c… os habéis metido?”, a lo que respondimos con disimulada naturalidad: “¿Qué pasa? Nos hemos puesto guapos…”. En nuestra defensa hay que decir que los primos Thoeni también acabaron yéndose a duchar.

Así fue cómo mi amigo Paco Fernández Ochoa ganó la medalla olímpica de slalom en Sapporo 72. Creo sinceramente que en aquella primera y decisiva manga Paco “bajó”, pero en la segunda, lejos de mostrarse conservador, se dejó la piel. En el segundo descenso se lanzó a por todas, algo lógico pues era la forma de mantener la máxima concentración y evitar la posibilidad de cometer un error. Como se vio por la tele, esa actitud “al ataque” la mantuvo hasta el final, echándose hacia atrás en el momento de cruzar la meta con intención de ganarle todavía un poquito más al crono.

La victoria de Paco tuvo un “pequeño” inconveniente: tras Sapporo la Copa del Mundo recuperaba su normalidad, pero la medalla cambió los planes de nuestro equipo. De Japón teníamos que volar a Bannf (Canadá), a disputar la siguiente prueba, pero la federación nos hizo pasar por Madrid para cumplir con ciertas obligaciones protocolarias, de manera que en lugar de volar directamente a nuestro destino, hacia el este, hicimos Tokio-Londres y de ahí a Madrid, donde pasamos apenas un día: recepción con el entonces príncipe de España, con Franco, etc. Y al día siguiente, con un desfase horario tremendo, hicimos Madrid-Nueva York-Seattle-Bannf. ¡Al final la medalla de Paco supuso que prácticamente dimos la vuelta al mundo!

A sus 70 años, Aurelio vive retirado en Collado Villalba, a los pies de la sierra de Guadarrama, disfrutando de su familia y de sus nietos. Es el tercero de una familia de siete hermanos (3 chicos y 4 chicas) que se criaron en el Puerto de Navacerrada, ese santuario del que han salido muchos de los mejores esquiadores de este país.

Con año y medio su padre le hizo sus primeros esquís y con cuatro ganó su primera carrera. Fue 27 veces campeón de España absoluto e incontables veces más en categorías inferiores. Estuvo compitiendo ininterrumpidamente hasta los 29 años. La temporada de Sapporo logró un 6º puesto en el slalom de Copa del Mundo celebrado en Wengen, pero entre otros resultados también tiene un quinto en St. Anton y un tercero en combinada en Wengen.

Aurelio fue amigo de Paco desde la infancia y su compañero inseparable en el Equipo Nacional de esquí durante más de quince años. Tanto tiempo juntos forjó una sólida amistad, inevitablemente salpicada de anécdotas, momentos buenos y no tan buenos y, sobre todo, una acérrima y sana rivalidad. Se refiere cariñosamente a Paco como “su mejor enemigo”, síntesis de haber compartido toda una vida con él.

“Paco y yo teníamos una rivalidad tremenda, que ayudaba a superarnos constantemente. Como esquiador él era técnico, ágil y, sobre todo, astuto. Su cabeza era uno de sus puntos más fuertes. Era capaz de sacar lo máximo de lo mucho o poco que tuviera en cada momento.

Íbamos a muerte el uno contra el otro, fueran los Campeonatos de España, Copas del Mundo o cualquier carrera. Al mismo tiempo nos uníamos ante las dificultades, pues los medios en aquella época eran los que eran y pasábamos casi todo el año juntos. En más de una ocasión nos habíamos organizado con nuestras respectivas mujeres para quedar en algún aeropuerto, como Ginebra, para poder vernos entre viajes. Mi mujer Ana, en nuestra casa de Navacerrada, tenía un calendario donde iba tachando los días que no me veía… un año quedaron sin tachar 21 días. Realmente aquello era duro, vivíamos por y para el esquí. Sin el apoyo y la paciencia de nuestras familias no hubiera sido posible”.

Esquís: Dynamic VR 17, medida 205 cm

Fijaciones: Look Nevada

Botas: Dolomite

Bastones: Kerma

Jersey: Zmork

Pantalón: Turbo

Gafas: Carrera

Guantes: Arribas

1 Paco Fernández Ochoa (Esp)  1:49.27

2 Gustavo Thoeni   (Ita)     1:50.28

3 Rolando Thoeni   (Ita)     1:50.30

4 Henri Duvillard     (Fra)   1:50.45

5 Jean-Noel Aubert            (Fra)   1:50.51

6 Helmuth Schmalzl           (Ita)     1:50.83

7 David Zwilling      (Aut)   1:51.97

8 Edmund Bruggmann      (Sui)   1:52.03

9 Tyler Palmer          (Usa)  1:52.05

10 Andrzej Bachleda          (Pol)   1:52.26

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